El de Nueva York no es santo de mi devoción pese a que he seguido su carrera desde el inicio. Muy pocas veces sus discos han colmado las expectativas depositadas en ellos y sus conciertos lo mismo. Todas las ocasiones en que he acudido a una actuación suya el aburrimiento se ha adueñado de mi a los pocos temas. Es un buen guitarrista, de eso no hay ninguna duda, pero un compositor que no alcanza totalmente la plenitud. Quizás su mejor versión en los últimos años ha sido su militancia en Black Country Communion junto a Glenn Hughes. Allí, en el rol de miembro de banda no tenía más remedio que contenerse y encajar en la vida interna de la formación al mismo nivel que el resto.
Otro de sus hándicaps es una tremenda incontinencia, doce referencias en estudio, un montón de álbumes en vivo y una multitud de colaboraciones que, en su caso, dan sentido a frases como menos es más o lo bueno si breve dos veces bueno. Quizás sea ese demencial ritmo de trabajo el no le deja tiempo para filtrar detenidamente su obra pero creo que haría bien en poner algo de pausa y cordura en su trayectoria. Blues of Desperation es un disco más, otra colección de canciones que no aportan nada para convencernos a los profanos pero que seguirá persuadiendo a sus conversos sin ninguna dificultad. Reincide en ese blues rock con acabado de lujo y remates niquelados que esconde bajo esa brillante vestimenta un toque frío y carente de alma. Sí, su ejecución técnica es impecable pero… ¿Qué hay tras ella? Solo eso. Técnica. Profesionalidad pura y dura. Nada te rasca las tripas, nada te encoge el alma ni te sube la tensión sanguínea.
No duda en emular al Eric Clapton más soso y comercial en «Drive» o «The Valley Runs Low» y se queda tan tranquilo, se tira el rollo y trata de colárnosla con el country blues de «Livin’ Easy» o el sonido Chicago de «What I’ve Know for a Very Long Time», cortes que no dan suficientes motivos para hacernos olvidar que Bonamassa juega en otra liga. La de los que tocan blues en trajes de Armani. Estatus que a un servidor ya no le interesa. Dejé de impresionarme hace mucho tiempo por la pirotécnica a las seis cuerdas, ahora prima la emoción de tropezarme con músicos y canciones que me hagan sentir. Que me toquen la fibra. Y no, el bueno de Joe no lo consigue. La última vez que lo tuve delante ejercía de telonero de ZZ Top en Francia. El público franco lo recibió con entusiasmo pero el recuerdo más vívido que tengo de aquella noche fue la sensación, tras el primer solo de Billy Gibbons, de que aquellas escasas notas surgidas de las manos del tejano habían borrado con una autoridad insultante los sesenta minutos anteriores. Y es que el mojo hermanos o se tiene o no se tiene.
Escrito para la web de Ruta 66