En su primera vez nos dejó noqueados por el vendaval
que surgía del escenario, una fuerza desatada de la naturaleza, en la segunda
bajó algo las revoluciones y mostró una cara más próxima al folk y al blues
tradicional, ahora en esta tercera combinó ambas facetas para ofrecer un
recital completísimo que, en mi opinión, ha sido el mejor de los tres que ha
ofrecido en el local de Poble Nou.
Abrió a toda mecha con su cara más metálica, armonizando arranques rednecks con afinaciones graves y acelerones punks que pusieron a tono al respetable, que ya venía predispuesto. Trallazo tras trallazo, «Graveyard Shift», «Victory Song», «Alcohol Blues», combinando acústica y eléctrica, creó de nuevo ese clima especial, una especie de conexión física con la audiencia que convierte sus conciertos en algo casi místico, que tuvo su clímax en el momento gótico góspel de «Gotta Get To Heaven».
Afloró también su vertiente más country, «Never Comin’ Home»», «Open Road», «Still Crazy, Still Drunk, Still Blue», ofreciendo brisa campestre y olor a hierba para templar los tiempos. Luego se bañó a fondo, como en la portada de su último disco, en las aguas turbias del Mississippi, brindando minutos en clave de blues profundo y rural, el fantasma de Robert Johnson parecía revolotear por el local, con el ambiente pudiéndose cortar con un cuchillo. Para la parte final, con el público comiendo de su mano, dio rienda suelta de nuevo a la electricidad metiéndose en un mantra de riffs, acoples y punteos en una jam apocalíptica que tuvo su origen en «Around the Bend» y acabó en una frenética «Thunderbird» de sus paisanos ZZ Top.
Despedido entre ovaciones se hartó a vender merchandising y a firmar discos, señal inequívoca de que había vuelto, por tercera vez consecutiva, a clavar la pica en Flandes. Y de qué manera. Las comparaciones son inevitables, y cuando, de vuelta a casa, el abajo firmante recordaba los fiascos ofrecidos por Natural Child una semana antes en la misma sala o por John The Conqueror en la 2 de Apolo a principios de verano, por citar dos bandas cuyos discos me encantan y en las que tenía puestas máximas expectativas, todavía apreciaba más lo que artistas como Scott H. Biram ofrecen en escena. Como se dejan la piel cada noche, dándolo todo como si no hubiera un mañana, con el veneno del rock exudando por todos los poros de su pellejo. Haciéndote sentir bien, vivo y bien.
Artistas de verdad. Con alma y corazón. Con sangre corriendo por las venas. A años luz de tipos que parecen hacerte un favor cada vez que se suben a las tablas. A años luz de membrillos e insípidos.
Abrió a toda mecha con su cara más metálica, armonizando arranques rednecks con afinaciones graves y acelerones punks que pusieron a tono al respetable, que ya venía predispuesto. Trallazo tras trallazo, «Graveyard Shift», «Victory Song», «Alcohol Blues», combinando acústica y eléctrica, creó de nuevo ese clima especial, una especie de conexión física con la audiencia que convierte sus conciertos en algo casi místico, que tuvo su clímax en el momento gótico góspel de «Gotta Get To Heaven».
Afloró también su vertiente más country, «Never Comin’ Home»», «Open Road», «Still Crazy, Still Drunk, Still Blue», ofreciendo brisa campestre y olor a hierba para templar los tiempos. Luego se bañó a fondo, como en la portada de su último disco, en las aguas turbias del Mississippi, brindando minutos en clave de blues profundo y rural, el fantasma de Robert Johnson parecía revolotear por el local, con el ambiente pudiéndose cortar con un cuchillo. Para la parte final, con el público comiendo de su mano, dio rienda suelta de nuevo a la electricidad metiéndose en un mantra de riffs, acoples y punteos en una jam apocalíptica que tuvo su origen en «Around the Bend» y acabó en una frenética «Thunderbird» de sus paisanos ZZ Top.
Despedido entre ovaciones se hartó a vender merchandising y a firmar discos, señal inequívoca de que había vuelto, por tercera vez consecutiva, a clavar la pica en Flandes. Y de qué manera. Las comparaciones son inevitables, y cuando, de vuelta a casa, el abajo firmante recordaba los fiascos ofrecidos por Natural Child una semana antes en la misma sala o por John The Conqueror en la 2 de Apolo a principios de verano, por citar dos bandas cuyos discos me encantan y en las que tenía puestas máximas expectativas, todavía apreciaba más lo que artistas como Scott H. Biram ofrecen en escena. Como se dejan la piel cada noche, dándolo todo como si no hubiera un mañana, con el veneno del rock exudando por todos los poros de su pellejo. Haciéndote sentir bien, vivo y bien.
Artistas de verdad. Con alma y corazón. Con sangre corriendo por las venas. A años luz de tipos que parecen hacerte un favor cada vez que se suben a las tablas. A años luz de membrillos e insípidos.
Escrito para la web de Ruta 66
Foto de Scott en la prueba de sonido: Javier Ezquerro
1 comentario:
La magia del concierto en salas se está comiendo, definitivamente, al del concierto en los grandes estadios.
Buena entrada. ¡Abrazos, Manel!
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