Es
jodido llevar el apellido de una leyenda. El estigma “hijo de…” puede
aplastarte con facilidad. Agravado en este caso por ser el vástago de un
gigante del country como Waylon Jennings. Un estilo musical cuya
importancia sociológica posee un gran ascendente emocional en buena
parte de la memoria histórica de la sociedad norteamericana. Shooter
empezó con un álbum en que reclamaba su lugar y pedía devolver la O al
country. Un grito outlaw con imagen vaquera y canciones disparadas
con bala de plata, «4th of July», «Lonesome Blues», «Busted in Baylor Country»,
«Sweet Savannah» o «Daddy’s Farm» al que siguió Electric Rodeo, más eléctrico, con más artillería rock, pero con
igual carga de tradición. Su tercer paso discográfico fue The Wolf, un disco injustamente valorado
al que solo le sobra el capricho de tocar, sin venir a cuento, «Walk of Life»
de los Dire Straits. Resbalón que no puede, ni debe, ocultar las buenas
canciones que lo rodean, «The Wolf», «Tangled Up Roses», «Slow Train», «Blood
From a Stone», «A Matter of Time», «Old Friend», y las ganas de dar un paso
adelante. Tras el llegó una época de incertidumbre y vacilación, afloran las
influencias de lo escuchado durante su adolescencia (punk, rock industrial,
metal) y parece estar metido de lleno en un mar de dudas sin saber cuál es la
dirección correcta. El fallido, por ser suave, Black Ribbons marca el punto álgido de ese pandemónium de titubeos.
Un disco absolutamente fuera de lugar que cosechó el rechazo de crítica y
público. Ante esa situación nada mejor que volver a casa, con los tuyos, para
recuperar la paz y la estabilidad. De ahí nacen Family Man y The Other Life,
dos discos de regreso a las raíces, nacidos al calor del hogar, en el fuego
confortable del country y el rock americano. Temple compositivo y las sensación
de que Shooter está en paz con si mismo tras atravesar, divorcio de Drea Di
Matteo incluido, ese vía crucis personal. Será la segunda vez que estará en
escenarios patrios. La primera fue una actuación exclusiva dentro del badalonés
ciclo Blues & Ritmes donde, acompañado por la excelsa banda que lo
respaldaba por aquel entonces, ofreció un buen concierto al que no sentó nada
bien el marco donde se desarrolló. Pudiendo haber explotado se quedó a
medias ante la frialdad de un entorno, todos sentados, sin bar ni jaleo, que
desinfló en gran medida al predispuesto público que llenaba el Teatro Zorrilla.
Y es que, no nos engañemos, en estas latitudes no estamos acostumbrados a ver
rock & roll cómodamente instalados y sin una cerveza en la mano. Cuenta
pendiente que podremos reparar en esta nueva visita programada en lugares más
acordes. Esta vez tendremos cerveza y exactamente las mismas ganas de
jarana que la primera vez así que ahora todo dependerá de él, sus músicos y de
la pegada de sus canciones. El guante ya está lanzado.
5 de
marzo Barcelona, Bikini 21:00
6 de
marzo Zaragoza, La Casa del Loco 22:00
7 de
marzo Madrid, Copérnico 21:00
8 de
marzo Bilbao, Kafe Antzokia 21:30
texto escrito para la web de Ruta 66
Sin cervezas también se disfruta.
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