La tercera visita de Malcolm Holcombe a Barcelona fue exquisita en lo
musical. Como siempre, el hombre tiene talento a raudales y es un compositor
enorme pero lo que realmente impresiona y deja huella es su comportamiento.
Extremadamente educado,
agradecido y honrado se empeña en pagar las consumiciones que toma (él o sus acompañantes) pese a que los dueños
del local en que actúa le han dicho que no se las van a cobrar, se enfada con
ellos, sigue intentándolo, golpea la barra y ante su firme negativa les regala discos. Intenta dar una
propina al técnico de sonido, este también se niega a recibir el billete y
Malcolm no deja de intentarlo hasta que se debe conformar con regalarle otro
disco. La gente que ha viajado junto a él en la gira no deja de hablar de su
amabilidad, de su generosidad y de su simpatía.
Personas como él son los que engrandecen este negocio de la música y
el rocanrol. Tan lleno de postureo, chupapollismo, engreimiento, arrastre y
adulación por una acreditación, una copa, un disco, un pase VIP o un
tiro...Cualquier cosa con tal de que sea gratis o supuestamente “cool”.
Un tipo que no debe nadar precisamente en la abundancia y que apenas
debe llegar a fin de mes arrastrando sus canciones de garito en garito y que
tiene más talento en su dedo meñique que otros a los que no quiero ni nombrar
nos da cada vez que pisa esta ciudad un baño de humildad a todos los que, de
una u otra manera, estamos metidos en esto. Y cuando antes de marcharse entra de nuevo al local para despedirse uno por uno de los que todavía estamos dentro y darnos las gracias por haber ido sabes que has estado ante un grande. De los de verdad.
Foto: Edu Chinaski